Vivimos rodeados de estímulos.
Luces, sonidos, colores, gente bailando, juegos…
Una fuente de dopamina tras otra.
Y eso tiene consecuencias.
Cada vez hay más niños que no consiguen sostener el foco ni siquiera unos minutos. Saltan de una cosa a otra. Se aburren si no hay movimiento constante.
Y si esto nos cuesta incluso a nosotros —adultos que crecimos sin móviles ni notificaciones constantes—, imagina lo que supone para un cerebro que todavía está aprendiendo a concentrarse.
Después les pedimos que lean con calma, que escuchen en clase, que estudien sin distraerse…
Pero pocas veces les enseñamos cómo hacerlo.
Ahí es donde entra nuestra responsabilidad.
No se trata de prohibir.
Se trata de enseñar a ser conscientes.
Hablar con ellos. Explicarles que hay miles de cosas intentando captar su atención cada día.
Contarles que pueden aprender a usarla con intención.
Y hacerlo en el momento justo, con una conversación tranquila, sin dramatismos.
Les impacta.
Se dan cuenta de que es real.
Porque a nadie le gusta sentirse manipulado.
Cada vez que una pantalla se lleva su mirada, ahí está la oportunidad de practicar.
De parar. De pensar. De decidir.
No se trata de controlarlo todo.
Sino de formar a personas que sepan elegir en qué quieren poner su foco.
Esta es solo una parte de la reflexión que compartí esta semana con mis lectores.
En la newsletter El Profe en Casa encontrarás la historia completa, con una propuesta práctica para entrenar la atención desde casa o en el aula.






