Durante muchos años no me gustó leer.
En Primaria lo hacía “porque tocaba” y en Secundaria directamente dejé de hacerlo.
Tiraba de resúmenes, de obras de teatro reguleras… cualquier cosa con tal de no abrir un libro.
No veía el valor. No me movía por dentro.
Todo cambió en 2021.
Empecé a interesarme por las inversiones y me fue mal. Bastante mal. Me dije: “No me puede volver a pasar. Tengo que aprender”.
Sin darme cuenta, ese “tengo que aprender” me empujó a leer: primero finanzas, luego desarrollo personal, después clásicos.
En un año pasé de leer casi nada a terminar más de 20 libros. Hoy rondo los 40 al año. Y no por obligación: porque me encanta.
Ahí entendí algo que me faltaba: la lectura no es un fin, es un medio.
Un medio para comprender el mundo, para explorar lo que te interesa, para emocionarte y crecer.
La mayoría de veces lo planteamos al revés: obligamos a leer “porque hay que leer”, sin acompañar el descubrimiento de esa chispa que lo enciende todo.
Cada niño y niña es un universo.
A algunos les atrapa la fantasía; a otros, el fútbol, la ciencia, los animales o la historia. No importa por dónde entren; importa que encuentren su puerta de entrada.
Cuando eso sucede, cambia la motivación: dejan de leer “porque toca” y empiezan a leer porque quieren—porque la curiosidad tira de ellos.
Aquí lo dejo en abierto: el giro no fue mágico ni instantáneo, pero sí tuvo un detonante claro y una forma sencilla de alimentarlo semana a semana.
En la versión completa de esta historia cuento cómo identifiqué mi gatillo lector, qué errores cometí al principio y la micro-rutina que me ayudó a consolidar el hábito sin forzar.
También comparto una mini-guía para ayudar a tu hijo/a a descubrir su propio “clic” lector sin convertir la lectura en una obligación.
Esta entrada es un extracto de mi newsletter. La reflexión final y la herramienta práctica las comparto solo con suscriptores.
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